7 jul 2007

PJ Wardmand

En un mundo de luz artificial, la oscuridad atenaza nuestros corazones. Pero siempre hay alguien acechando, vigilante, centinela, expectante … siempre tendremos a

W a r d m a n


Esta es la historia de un hombre que una vez fue mundano pero se remidió.

Mi nombre es Trinidad, soy un hombre que nació en el pueblo de Santa Fe, México. Soy un hombre normal que nació en una familia normal. Hasta aquí todo parece la historia más aburrida del planeta pero existe una casualidad en mi nacimiento. Mi madre resultó ser una mujer estéril. Por tanto, todo un gran misterio me ronda desde mi misma infancia.

Mi infancia fue muy feliz. Hijo de un padre arqueólogo y de una madre gitana, me pasé toda la infancia entre restos de antiguas culturas, especialmente la azteca. Ah! el imperio Inca, qué grandes historias y leyendas le rodean.

Qué verdad es aquello que dicen, dale una historia a un niño que construirá todo un gran mundo sobre ella. Así era yo, soñador, vividor, despreocupado hasta que a la tierna edad de 16 años mis padres tuvieron un accidente mortal.

Cuanto te cambia la vida cuando algo así te ocurre. Todo lo que tienes lo pierdes en un único segundo. Mi vida, siempre había girado alrededor de mis padres. Así que sin padres y sin dinero, me eché una manta sobre el hombre y comencé un viaje solitario en un mundo de presas y cazadores. Mi camino me llevó a New York.

Tuve que aprender a moverme por los bajos fondos, haciendo trabajos, en algún momento algo sucios, para poder pagar una habitación, eso sí, compartida con las cucarachas y tener acceso a algo de comida basura..Aún en esta precaria situación, mi ambición por el conocimiento no tenía límite, así que me apunté a la universidad nocturna en la rama de Antropología y con bastante atención a la especialidad de Religiones Paganas.

Pero todo lo que comienza, tiene un final. Y si es un mal comienzo, habitualmente tiene un mal final. Un día, me vi asaltado en mitad de la calle por unos matones de la competencia. A pesar de mi adiestramiento en artes marciales, acabé besando el suelo y me dejaron medio muerto.

Lo siguiente que recuerdo, fue despertarme en una extraña casa donde un buen hombre chino, de nombre Wong, tuvo a bien de cuidar de mis heridas. Un fuerte olor a incienso quemaba el ambiente. O quizás lo que realmente me quemaban eras las fuertes heridas que tenía en pecho y cabeza. Wong llevaba una bandeja con una tetera humeante, taza, plato y cucharilla. El aroma de la mezcla de té y flores comenzó a inundar mis fosas nasales, enmascarando incluso el fuerte olor a incienso.

"Donde me encuentro?" Es lo único a lo que alcancé a preguntar. Wong me contó que servía a un poderoso maestro de las artes místicas, un hombre extraño y distante. Me costó más de un mes en poder recuperarme de mis heridas y mientras tanto, Wong me atendía correctamente, pero sin dejarme usar ciertas habitaciones de la casa. Durante este tiempo estuve centrado en las asignaturas de mi carrera.

Durante todo el tiempo que estuve en casa de Wong, encontré un sosiego que no tenía en años, desde el accidente de mis padres. Pero como decía antes, todo lo que comienza tiene un final, y llegó la hora de partir. Ese día conocí a su maestro. Realmente un hombre extraño.

Noté su mirada interrogante, inquisidora, profunda y vacía como un pozo en el océano. Apenas hizo un par de gestos con sus manos y una niebla partió de un extraño collar que llevaba al cuello y se apoderó de mi ser tirando de él, como queriendo sacarlo de mi cuerpo.

Noté su mente dentro de la mía, y me encontré totalmente indefenso.

"Muy bien, has superado la mirada fría del Ojo de Agamoth" me dijo. Como si yo fuera capaz de entender lo que me estaba diciendo. "Sin duda eres un hombre especial, mucho más especial de lo que crees" siguió diciéndome. "Es una lástima que ahora mismo no pueda ocuparme de ti, pero deberías ir al Tibet, allí encontrarás al Anciano. Di que Stephen Strange te envía." El hombre, luego me enteré que fue un buen doctor en medicina, se dirigió a Wong para que hiciera todos los preparativos del viaje.


La semana pasada estaba en New York ejerciendo de matón, ayer estaba en New York en una extraña y mística casa y hoy me encuentro en el Tibet. Un largo viaje, sin duda digno de ser contado, aunque no ahora, ese es otro camino.

También debe ser digno de contar el como logré ser admitido como alumno del Anciano y como logré superar todas y cada una de sus pruebas. Como comencé mi adiestramiento en las artes místicas y como poco a poco logré ir ganando a mis compañeros en experiencia y poder.

Lo que ayer fue un susurro de mi vida, hoy se ha consumido en apenas unos 20 años. 20 años de mi vida dedicados a la magia, a las religiones paganas y a todas las migajas que lo que los dioses se han dignado en dejarnos prestadas. Fui adquiriendo poder y maestría en mis artes y aunque aún disto mucho de las grandes de esta orden, acabé siendo lo bastante poderoso como para que el alumno se convirtiera en practicante.

Si bien llegué con las manos vacías no fue así como me despedí de mi maestro, el viejo y buen Anciano, pues mis dedos estaban adornados con 10 anillos, objetos especiales y únicos. 10 anillos con sendos dioses aztecas. "Toma este anillo pues él te dará la vitalidad que te falte y ten este anillo también pues él te protegerá de aquello que no puedas ver" fueron las últimas palabras que el Anciano me ofreció. "Y no te dejes atrás este pues él te ofrecerá la invisibilidad ante la opinión pública" fueron las palabras que llegaron a mí casi como un susurro mientras comenzaba mi descenso a la vida normal.

No hace mucho que estoy por España a mis 40 años de edad, ahora durante el día soy un prestigioso profesor de facultad que busca el conocimiento perdido en las antiguas culturas, que busca la sabiduría perdida que nos haga recordar nuestro camino y que ilumina la frontera que existe entre el demonio que llevamos en nuestro interior y nosotros mismos. Pero durante la noche, soy algo más que un profesor de facultad, soy un guardián, un elegido de los dioses, un centinela que busca mantener lo oculto detrás de las líneas que separan las realidades. Y si así he de vivir, así han de llamarme.

Mi nombre es Wardman y no creas todas las historias que cuentan de mí, pues falsa son. Cuando leas mi nombre no lo asocies a una amenaza pública, pues la manipulación de la información lo lleva a ese extremo.

Cuando sientas el frío del mal en tu nuca, mira hacia arriba, pues es posible que esté vigilando, acechando que nada malo te ocurra. Y quizás, cuando llegue mi hora, compartiré la estrella brillante con mis padres.

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